Está comenzando la discusión sobre el cambio de estratos en Colombia y esto será un hueso duro de roer. Los niveles socioeconómicos (NSE) son una medición de la condición de la vivienda y su valor, pero no del ingreso de las personas que viven en ella. Esta clasificación se ha usado hábil y eficientemente para subsidiar a las poblaciones de ingresos bajos. Por ejemplo, con tarifas diferenciales de servicios públicos, según las cuales los estratos 1, 2 y 3 reciben descuentos; el 4 paga una tarifa plena; y los 5 y 6, pagan de más, para subsidiar a los demás.
De entrada, esto supone un enorme reto: quienes viven en los estratos 5 y 6 no superan el 10% de población, pero subsidian a cerca del 80%.
Al revisar los datos, en 2002, cuando cerca del 50% de la población vivía bajo la línea de pobreza, el 58% de las familias vivían en estratos 1 y 2. Hoy, cuando la pobreza no es más del 30% de la población, el 56% de los hogares viven en los estratos 1 y 2. Lo anterior deja ver que estamos frente a una “trampa de pobreza o de subsidio”: “si voy a pagar más, ¿para qué cambio de estrato?”, es la obvia pregunta que muchos se podrían hacer.
Esto hace que las autoridades hayan tenido que financiar esas tarifas, con recursos que deberían destinar a salud y educación, lo que causa que los gobiernos locales les quiten presupuesto a las vías o a los proyectos de mantenimiento de las ciudades. El enorme problema de subsidiar los ingresos de las personas es que así el bolsillo nunca se llena y la gente se acostumbra a eso y asume que la ayuda es un derecho adquirido. Cada peso que se da de más en subsidios, reduce la capacidad de mejora de las ciudades en salud, educación, vías, parques e infraestructuras.
¿Cuál es el nivel ideal de un subsidio? Lo suficiente para ayudar y motivar al cambio, no demasiado para causar dependencia. Por eso, uno de los grandes debates de estos esquemas es la temporalidad: ¿cuánto debe durar un subsidio? Para algunos, esto debe durar el tiempo necesario para equilibrar el mercado. Esto es fácil de hacer en educación, para que programas como Familias en Acción solo den el aporte a quienes demuestren que sus hijos están estudiando.
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Por eso, llegamos al debate sobre los estratos, porque no tiene un tiempo límite, ni está medido por ingresos, sino por vivienda y es un gran gasto que asume el gobierno para liberar cerca del 3% del gasto de los hogares, para mejorar su calidad de vida, sin tener ningún control sobre el gasto de ese dinero, que puede ir a comprar cerveza o artículos de primera necesidad.
Seguramente, con lo argumentado antes, se puede concluir que es necesario cambiar los subsidios, porque hay menos gente pobre y más de clase media. Es decir, esos esquemas de hace más de 20 años deben repensarse, porque algunos están subsidiando a quienes no necesitan ser beneficiados. Y reitero: la ecuación es simple.
Lo curioso es darse cuenta de que si uno cambia la palabra “subsidio”, por “promociones y descuentos”, es fácil entender lo que pasa en el sector privado: alguien está pagando por las cosas cada vez más baratas que compramos, y eso no nos conviene de ninguna manera.